viernes, mayo 13, 2005

Tokio es Mi Jardín



No puedo evitarlo, me encanta Boilet. Sí, sé que no es un autor japonés, pero hay que tener en cuenta que todas sus historias siempre andan en torno a lo japonés aunque, en realidad, tal vez debería decir a las japonesas. Porque sí, todas las obras que he leído de Boilet, giran en torno de las relaciones, del amor entre un francés y una japonesa. Ya sucedió en La Espinaca de Yukiko, sucede en Mariko Parade, en el que trabajó junto con la genial Kan Takahama, y sucede aquí, donde comparte créditos con Peeters.

Y es que, en Tokio es Mi Jardín, nos metemos en la vida de un curioso hedonista algo trasnochado que vive en la capital de Japón a costa de una marca de Coñac que le contrató para conseguir introducirse en el siemple complejísimo mercado de las islas. Pero allí, él apenas ha conseguido vender un par de cajas y se ha dedicado a vivir la buena vida, de fiesta en fiesta y de mujer en mujer. Sin embargo, dos hechos cambian repentinamente la vida de este vividor francés: su novia le deja y su jefe le anuncia su deseo de visitarle en Tokio.

A partir de ahí, como si de un juego paralelo de rutinas se tratara, la historia se desenmaraña con la sencillez que otorga lo cotidiano, en el desesperado intento de conseguir nuevos contratos para el coñac, nuestro protagonista encuentra a una mujer y, de ahí llega parte del núcleo que da vida a la historia, narrando como su historia se desenmadeja y mostrándonos con posterioridad la vida del jefe estafado, dando sus primeros pasos en un entorno extraño junto a un cicerone con más morro que espalda.

Y es así, a base de conocer a los personajes, a base de ver su relación y sus pequeños detalles, con la erótica de la relación de amor y sexo que ya es casi sello personal de Boilet y con la fuerza de unos personajes humanos, el tomo es devorado a toda velocidad gracias al agil guión, casi sin darnos cuenta que las historias acaban y que ésta también tendrá un fin. Aunque eso sí, no del todo a la francesa.