Y no creo que nunca deje de hacerlo. Da igual la obra que coja de el autor, ya sea por un motivo u otro, siempre logra hacer que termine sus lecturas con un murmullo de aprobación, agitando la cabeza como si así quisiera darle reconocimiento.
¿Por qué lo digo ahora? Hace no demasiado tiempo, terminé de leer el primer tomo de "El Árbol que da Sombra" y me alegré de volver a ver al Osamu documentalista, al Tezuka historiador, ése que vimos en Buda o en algunos pasajes de Fénix y que, últimamente, comenzaba a dejarse ver el pelo un poco menos por nuestras tierras.
Y lo agradezco, lo agradezco muy mucho pese a que a mí me apasione el Tezuka más oscuro o me divierta con los amenos ritmos del Tezuka más infantil. Tal vez sea por esta versatilidad, por esta capacidad de abrir puertas y más puertas creativas, realizando todo cuanto hacía con una más que aceptable nota, que sea probablemente al autor que más admire en esto del cómic.
Sin embargo, dejemos un segundo la loa abierta al bueno de Osamu y vayamos al tema en cuestión. En el Árbol que da Sombra, Tezuka transporta la narración a una de las épocas más apasionantes de la historia japonesa, la época en la que, en el encierro autárquico nipón, comenzaban a requebrajarse las viejas tradiciones, las viejas técnicas y teorías, para dar paso a la influencia occidental, desembocando en la apertura Meiji.
Para ello, para analizar la época, para incluso hacernos de profesor, escoge a dos personajes cuasi antagónicos. Uno es su propio abuelo, un médico joven, que se estrena en el oficio pero que, en contra de la opinión de prácticamente todo el mundo, trata de hacer que la medicina holandesa, la medicina occidental, entre en los círculos sanitarios, poniéndola en práctica con sus pacientes. El otro es un joven samurai, iracundo e irascible, fiel creyente de la tradición y devoto de las normas y deberes.
Ante los personajes, se van sucediendo y enrrevesando tramas, jutándolos, seperándolos, haciendo así un perfecto análisis de la época, marcando un ritmo ameno, divertido, usando gags de humor para quitarle peso a la densidad que por momentos toma la obra e innovando narrativamente con curiosas composiciones de página. ¿Se puede pedir algo más? Tal vez que no dejen de traer obras así a nuestras fronteras para así poder engrosar más el altar que le tengo puesto al autor.
Sí, lo sé, no soy objetivo con este autor, pero aún así, desde mi punto de vista, El Árbol que da Sombra me parece una lectura más que recomendable que casi cualquier aficionado al cómic debería realizar pese a que no se trate de la obra que más me ha impactado de Tezuka.